viernes, 22 de octubre de 2010

NORAH BORGES, HERMANA DEL ESCRITOR, LUEGO DE VEINTE AÑOS DE REHUIRLE AL PERIODISMO (por Luciano Savoretti)


Paraguay al mil doscien­tos, noveno “C”; una suave penumbra envuelve el ambiente.
Un perfume a jazmines y malvones, parece despren­derse de cada rincón de la casa, de cada objeto. En el silenció, se oye un rumor que viene de otro tiempo; de un entreveró, cuando “se en­frentaron con coraje en me­nesteres de cuchillo el Norte y el Sur”.
Se adivina el “arrabal, ro­sado de tapias, relampa­gueado de acero”. “El Palermo, desganado… el de los huecos hondos, donde se aquerenciaba el cielo…”
Es el mismo lejano perfu­me que se siente impregna­do, en ésa irremediable so­ledad del hombre, el mismo rumor que se escucha en esa tristeza infinita del sexto piso de la calle Maipú. Son los mismos espíritus que rondan las mismas quintas y jardines que poblaron el pa­sado;
“Fue cuando volvimos de Europa que mi hermano y yo, redescubrimos Buenos Aires. A Jorge Luis lo sorprendieron su gente, sus calles; a mí me impresionaron sus casas, las quintas, los llamadores, los patios. El ha sacado de ahí sus mejores poemas y yo, todos mis cua­dros.”
Norah Borges se parece mucho a su hermano aun­que sea distinta; la piel rosa­da, el gesto humilde, una distinción sin alardes. La misma educación angloesmerada, preocupación del padre, una sensibilidad a flor de piel, heredada de la madre. Quizás lo único, en verdad, que los diferencia abismalmente, sea la confe­sión de Norah: “yo he sido inmensamente feliz”.
“Nació en 1901 en Palermo, a tres cuadras del Botá­nico, en la calle Serrano, en una casa con jardines, que ya no existe.
“Jorge Luis no, él nació en un viejo edificio de la calle Tucumán. Creo que me su­frió desde siempre; soportó al nacer que lo vistieran de rosa, porque me esperaban a mi.”

LA ARTISTA

La visión de la vida en Norah, exaltada poética­mente en sus cuadros, es clara y transparente, extraña y sugestiva; es la visión de unos ojos cerrados para la fealdad y la tristeza, sus colo­res son, por eso, claros y limpios, sin sombras, sin cla­roscuros. Revive en cada obra los lugares de su nos­talgia y su recuerdo.
“Me gustaba jugar a las muñecas, me costó dejarlas. Tuve una Infancia muy pro­longada; no quería salir dé la infancia. Me acuerdo que tuvimos con Jorge Luis una institutriz inglesa hasta los diez años; venía todos los días, nos enseñaba todo, pero en inglés. No me gusta­ba el inglés. A mi hermano sí. Después fui dos años al Lenguas Vivas, porque mi padre era allí profesor de Psi­cología en inglés; él era abo­gado y además profesor en ese colegio. El mismo me llevaba, quedaba en la calle Esmeralda… y no me acuer­do qué otra. Creo que toda­vía está el edificio. Después viajamos a Europa, los cua­tro, mamá, papá, Jorge Luís y yo y las abuelas, en esa época, estaban las dos”.
“Desde chica me deslum­braban los colores. Primero estudié Arte y Decoración en el Colegio de Bellas Artes de Ginebra. Europa estaba lle­na de chicas con las mismas inquietudes y muchos varo­nes, pero estudiábamos se­parados, no estábamos mezclados.

—¿Contaba con el apoyo de los suyos?

—Sí, porque a todos les gustaba el arte. Aprendí a amar la pintura en los libros que tenía mi padre. A los ocho años me fascinaban esas reproducciones de los pre-Rafaelistas ingleses, un grupo muy refinado; de Dan­te Gabriel Rosseti. Viví mu­chos años en Ginebra, en Lugano, Suiza, comencé a dibujar y aprendí a hacer grabado en madera. Cuando cumplí 17 años nos traslada­mos a Mallorca y ese paisaje maravilloso me impulsó a pintar sin escuela, con todo el bagaje de conocimientos que había acumulado. Yo ha­bía aprendido figuras con un gran profesor, un escultor que supo aconsejarme “en determinado momento de la vida se hace necesario por un instante, dejar de incor­porar y comenzar a sacar todo lo que uno tiene aden­tro. Es el momento en que las academias están de más”.

—Dejar al artista en liber­tad…

—Sí, son momentos es­peciales en que la sabiduría limita. Ser artista, me parece que es un don de Dios. Es algo que uno tiene que agra­decer a Dios. El no sólo poder plasmar las cosas, sino en ser capaz de captarlas. No ver con Indiferencia. Trato de no ver con indife­rencia, sobre todo las caras.

— ¿Algún antepasado suyo ya se había dedicado a la pintura?

—No, ninguno. Mi padre siempre recitaba a los clási­cos que tanto han Influido en la literatura de Jorge Luis y que en mí encontraron su forma de expresión en la pintura.

LA MUJER

—¿Dónde conoció a Gui­llermo de Torre, su marido?

—En España, en 1920. Era un jovencito de 19 años lleno de Inquietudes. A pesar de su Juventud ya había escrito algunos libros. Frecuentaba escritores, amaba el arte. Después mi familia decidió regresar y comenzamos a escribirnos. A los tres años volvimos a Europa y nos vi­mos nuevamente. Nos en­contramos en París… fue todo tan romántico… Luego otra separación. Yo. comen­cé a odiar el mar. Nos escribimos tres años más, hasta que él terminó su carrera de Derecho; también había cursado la carrera diplomática. Se habla hecho muy amigo de Jorge Luís; vino a buscarme, nos casamos y nos fui­mos a vivir a Madrid. Viaja­mos mucho, recorrimos de nuevo toda Europa. El fue el primero que puso en mis manos las reproducciones de Picasso, de Juan Gris. Era amigo de todos ellos, de Apolinaire. Escribió muchos libros de arte y de literatura.

—¿Es difícil para usted, que ve desde una óptica tanto particular la belleza, la vida, encontrar gente con quien tenga afinidad, para com­partir esos sentimientos?

—No, no es difícil para mí. Yo siento como si Dios me hubiese dado todo. Mis pa­dres, mi marido, mis dos hijos, mis seis nietos, mis amigos, mi hermano… todos son maravillosos.

—En cambio con su her­mano, la vida parece haber sido en ese aspecto, menos generosa… aunque también alguna vez se casó…

—Sí, pero ni me quiero acordar de eso, fue un de­sastre. El tampoco quiere recordarlo; ella no lo com­prendía. se separaron ense­guida.

—A propósito de su her­mano, él nos contó que gra­cias a usted y su madre pudo escribir gran parte de sus obras, porque como siempre vio tan poco, tenía que recurrir a ustedes dos para poder describir objetos y ambientaciones, obligán­dolas a reparar en las apa­riencias externas de las cosas, que dice que a toda la familia le importaba muy poco.

—Eso le ocurre particular­mente a él, a mino. Para mí lo principal es lo que me entra por los ojos. Ahí está quizá el secreto de la gran­diosidad de su obra. El todo lo absorbe, y en su interior lo enriquece y es un universo distinto el que vuelca. SI me quitaran la vista, perdería todo mi mundo. A él nunca le interesó la realidad, siempre vivió en una esfera superior.

—¿Usted no?
—No, creo que el mundo de la literatura y la poesía es superior a todos los mundos y más aún el de la música, porque en ella se encierra todo.

—Esa distancia de la rea­lidad, que a veces la defor­ma, en su hermano se com­prende, por ser casi ciego (si es que la realidad se ve solamente con los ojos), pero usted parece estar em­peñada en no querer ver la realidad.

—¿Cuál es la realidad? No sé cuál es la realidad. Para mí la realidad son las formas, las que pinto. Yo puedo vivir soñando… ¡clarol si pude vivir casi siete años soñando con Guillermo, sin importarme nada de lo que se movía a mi alrededor; sólo las cartas que Iban y venían, las cartas nuestras. Yo puedo hacerme un mun­do de sueños. Puedo imaginarme lo que voy a pintar o lo que quiero que me suceda.

—¿Usted cree en el más allá?
—Sí, creo en la resurrec­ción. SI Cristo resucita, no­sotros también resucitare­mos. Estoy segura. Ahora mismo, a doce años de su muerte, pienso que voy a encontrarme con Guillermo en algún lado\ Yo siento que está cerca mío. Son sensa­ciones extrañas, hermosas esperanzas que suele men­cionar mi hermano en sus cuentos y en las que a veces dice que no cree.

FUENTE: Luciano Savoretti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario